El Blog de la CEFH

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domingo, 11 de septiembre de 2011

"Tengo que escribir una reflexión sobre una temática libre…"

Por Cristián Gutierrez Villaroel. Estudiante Pregrado Filosofía de la Universidad de Chile.

Tengo que escribir una reflexión sobre una temática libre; es además un acto voluntario y lo haré pues en este momento no tengo nada apremiante por hacer. Pues bien, entonces libremente voy a tomar en cuenta estas mismas condiciones para decidir sobre qué voy a escribir: (1) si la temática es libre entonces escribiré sobre algo que sea de mi agrado; (2) si se trata de un acto de mi voluntad, me esforzaré por ser voluntarioso en hacerlo; y (3) si lo haré porque en este momento no tengo nada apremiante por hacer, pues, entonces aprovecharé este momento para averiguar qué me tiene dispensado de los deberes que por estos días, en circunstancias normales, habría tenido que cumplir. A ver si, de pasada, esto me lleva a otros asuntos y pueda terminar esta reflexión de uno u otro modo conforme.

Resulta que de pronto puedo ver, gracias a esto, que no consideré –o en verdad, no conscientemente– la circunstancia más inmediata que condicionaba esta reflexión: el que sea universitario y esta opinión esté siendo requerida por estudiantes de mi universidad. Me doy cuenta de que lo asumí inconscientemente al ver que sin embargo escogí un tema relacionado con la universidad, puesto que ¿qué deberes habría tenido en circunstancias normales y de los cuales estoy dispensado por estos días? Nada más que estar yendo a clases. Porque me resulta evidente que no estoy en vacaciones, me lo atestigua mi cansancio. Y es que estando unos tres meses en estado de alerta permanente y expectante por lo que fuera a decirse, prohibirse, provocarse, declararse o detonarse de un momento a otro, me fui debilitando sin darme cuenta, y a muchos les cae en gracia cuando les describo mi estado de ánimo como “desequilibrado”, a veces crítico y en creciente sopor e insensibilidad. Y me parece natural estar así, ya que gusto de tener una rutina y concentrar mi lucidez, mas, cuando pierdo el objeto de mi concentración, los imprevistos que antes ignoraba desfilan ante mí distrayendo mi atención con excesiva facilidad. Pues entonces, si por el contrario tampoco estoy yendo a clases, ¿a qué se deben estas circunstancias tan extrañas? Acepté esta invitación a reflexionar con la intención de averiguarlo y compartir lo que fuese que consiguiera con ello, pero ¿por qué al fin y al cabo me tienen mis compañeros de universidad reflexionando sobre algo en estas circunstancias? Puede que en realidad todo esté relacionado. La cuestión es cómo.

No estoy yendo a clases ni estoy en vacaciones, no tengo deberes apremiantes ni descanso. Estando de vacaciones, mi estado de ánimo dependería simplemente de cuán a gusto esté. Pero hoy me mantengo en un estado de ánimo que no puedo prever hacia dónde se dirige, pues ya no depende principalmente de mí, como lo sería en circunstancias normales. Y sin embargo, cuando veo hacia atrás de dónde viene, me encuentro con que hasta hace un tiempo había estado vigoroso. Pero insisto en que no puedo saber qué hizo que se debilitara, porque no dependía de mi. Recuerdo, sí, haber estado un tanto agitado además de en estado de alerta, según ya dije. Estuve muy atento a cualquier tipo de noticia. Incluso volví a escuchar y apreciar la radio, como no hacía desde la infancia. Compré los periódicos, y dije que los guardaría con alegría para la posteridad. En todo esto me encontraba siempre con profesores de mi Facultad, además de verlos por supuesto en conferencias, manifestaciones y asambleas. Lo que fue sucediendo encendió la llama de todo mi interés en un lugar distinto del que estaba y del que se resistía a dejar hasta ese momento. Pues en efecto, yo no estaba de acuerdo en dejar las clases, pero con el paso de los días, además de asumir mi deber de respetar las decisiones del Centro de Estudiantes, fui notando cómo cobraba sentido esta nueva situación, de no estar yendo a clases ni estar en vacaciones. Cobraba sentido en su conjunto, y lo hacía frente a mi interés ávido y expectante. Hay cosas que no había percibido hasta entonces y que no olvidaré. Ellas forman parte de mi propia experiencia, pero estoy seguro de que muchos jóvenes y no tanto, también han sentido cómo en verdad forman parte de algo que es dinámico y está ahí, aún con demasiado por hacer. Pero en este momento escribo desde un estado en decadencia, causa de los factores que ya nombré, entre otros múltiples semejantes. ¿Qué o quién me tiene fuera de clases sin estar en vacaciones? Y si la respuesta a esto resulta escurridiza, no me sorprende tratándose de tan extraña pregunta. Pues son extrañas las circunstancias que la permiten, y a ellas no pueden responder más que causas poco claras. ¿Cómo fue que cobró un sentido ante mis ojos haber dejado la sala de clases, estando todavía en desacuerdo con ello? ¿Y qué sucede, que mientras yo pude enterarme por mi mismo de lo que venía sucediendo en mi propia universidad desde hace décadas, muchos otros han venido a enterarse bajo estas circunstancias, en que a todos de pronto ha interesado? ¿Y a qué razón responde que el movimiento de los estudiantes haga que millones de personas se sientan identificadas con su audacia y agudeza? ¿Por qué razón resulta necesario que un grupo de muchachos ponga en riesgo su vida por voluntad propia, simplemente por creer que los más pobres de su país son merecedores de una educación que los segregue menos del resto de la sociedad? ¿Por qué sólo en estas circunstancias me resulta posible ver a los profesores e intelectuales no sólo en la sala de clases, sino también en los medios de comunicación discutiendo temas de contingencia frente a todo el país? Para cada una de estas preguntas hay raíces profundas, pero si en cada una de las circunstancias que ellas encierran hubiese habido un poco de razón, ninguna de ellas habría tenido que formularse.

Si algo me tiene fuera de clases sin estar en vacaciones, sólo puedo respondérmelo con una pregunta: ¿puede la universidad funcionar siendo objeto de dos fuerzas contrarias al mismo tiempo? Pues ¿cómo resulta posible que siendo la universidad el lugar propicio de reflexión para la sociedad, ella misma me haya incitado a actuar, no sin sentido común y además con mucha lucidez, pero privándome de poder seguir cosechando aún los rudimentos de sus fértiles dominios? ¿Cómo? Sólo por extrañas circunstancias.
¿Por qué –me pregunto por última vez– me tienen en estas circunstancias reflexionando sobre cualquier cosa…? Aunque, pensándolo con más detenimiento, creo que para esto sí puede haber una sola y clara respuesta. Después de todo, ¿acaso no se trata de la universidad? De una comunidad de individuos que, a pesar de todo, me incitaron a reflexionar permitiendo que pudiera compartir esa reflexión y que así otros quizá dialoguen con ella. Parece coherente entonces que si allí afuera se lleva a cabo tamaña discusión sobre los destinos de nuestra educación, la universidad esté capacitada para abordarla desde sus cimientos, pues ella en su actividad posibilita la reflexión y promueve la discusión. De este modo me parece que, aunque suele decirse que la solución es una sola, siempre serán dos, para todos, las posibles respuestas:


revolución o reflexión.


Y si estas dos llegan a entrar en conflicto dentro de la propia universidad, habrá que pensar entonces, cuál de ellas hay que usar para darle solución.

2 comentarios:

  1. Realmente buena la reflexión.
    Es interesante la forma en como queda implícito, al menos segun mi parecer, un problema en los cimientos del tipo de educación universitaria. Pues, si bien como planteas, la Universidad debiese ser el espacio por excelencia para propiciar un movimiento, al menos en su aspecto teórico; no deja de ser cierto que la forma en como se transmiten los conocimiento y como opera en general la Universidad termina poniendo en disyuncíón (reflexión o revolución) algo que bien podría ser conjunción (reflexión y revolución).

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  2. Pensar o actuar? La Universidad es el espacio que permite el intercambio y acrecentamiento de conocimientos (prácticas, teorías) en una comunidad intelectual de personas que poseen previamente una base educativa común, y que pretende seguir aumentando sus conocimientos específicos para aportar a la sociedad donde vive, lo que a la vez le permitirá engrandecer su espíritu y su mente particular. La Universidad no es sólo reflexión, la Universidad es como el "Universo" creado por Dios (si atendemos al mito fundacional judeo-cristiano): se pensó, se dijo, se hizo...Por eso solo leer muchos libros y repetir bellas palabras, si bien es un alimento del cual vivimos quienes estudiamos humanidades, es preciso también participar, cada uno desde su tribuna (“trinchera”), en las acciones que nos permitirán aportar en esta función ancestral de la Universidad y, más ampliamente, dentro de la educación ciudadana, como un ejercicio reflexivo y práctico que nos facultará para actuar e interactuar en nuestra comunidad, no de individuos, sino de "universales"... Reflexionar y revolucionar no se contradicen, se complementan necesariamente. El punto es, qué lugar ocupo yo en este complejo circuito?

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