El Blog de la CEFH

Este es un medio libre y sin censura, donde tanto los Estudiantes, Profesores y Funcionarios de la Facultad de Filosofía y Humanidades UCH pueden exponer sus opiniones sobre temas de interes, tanto nacional como de la comunidad.

Ten en cuenta que lo que vas a leer NO REPRESENTA EL PENSAR DE LA ASAMBLEA DE FILOSOFIA Y HUMANIDADES, pero que si son las opiniones individuales de sus miembros, que ayudan a formarlo.

miércoles, 1 de agosto de 2012

¿Quieren Paz? Lo hecho y propuestas para el qué hacer en el Pleno FECh



Por Benjamín Infante.
Concejero FECh Filosofía y Humanidades.
El pleno de federación ha de ser el espacio de síntesis política de los estudiantes que agrupa la FECh, debería ser la instancia soberana donde se reúnan los diversos espacios a través de delegados mandatados e intercambien las posiciones producidas en cada discusión local. Pero en la realidad, el pleno fech este año se ha visto marcado por su inoperancia y la poca capacidad de hacer valer las decisiones conjuntas. Esto ha hecho que la relevancia política se desplace del pleno fech al Consejo de Presidentes que no debiese ser más que una instancia de coordinación y preparación de las pautas locales como federativas.
 
    Es indesmentible que existe un problema de conducción metodológica, alimentada por los vacíos en la teorización del funcionamiento FECh. No obstante, a medida que gracias al esfuerzo colectivo hemos pulido aquellas cuestiones operativas, salen a flote problemas de raigambre más profunda, y ésta es la poca claridad programática del estudiantado en general.
   Ad portas de comenzar el Segundo Semestre, se hace necesario realizar un balance tanto para rendir cuenta del cargo que me fue confiado, como para posibilitar un segundo semestre con objetivos y horizontes claros, un segundo semestre que nos movilice, pero para vencer.

I.       En qué quedamos?

    El año pasado nos enseñó que no podemos hacer de la Educación un Derecho Social efectivo sin amenazar las relaciones de dominación que hacen a los actuales ricos, cada vez más ricos; ni tampoco podemos hacerlo sin extender estas contradicciones a otras demandas populares. También nos enseñó a afrontar la movilización con responsabilidad y madurez política, ya que, en movilizaciones grandes, no son los dirigentes sino las bases las que marcan las pautas. Asimismo nos enseñó a ser cautos, a comprender los procesos históricos en su justa dimensión y Beyer fue ejemplo de que si bien logramos pasar a la ofensiva al plantear un programa reivindicativo, la contrarrevolución neoliberal, el avance programático de la clase dominante en materia educativa, no ha cesado aún.
    Así es como comenzamos el año instalando la necesidad de cristalizar la dignidad que nos otorgó la lucha. A traducirla en democratización de nuestras organizaciones, en profundizar los lazos con lo que se ha regenerado del pueblo organizado, en articular la agenda reivindicativa con un proyecto público de educación que nos obligue plantearnos el desafío de la transformación social, entre otros objetivos trazados para un primer semestre de consolidación y avance en lo programático, no ya tan sólo para el movimiento estudiantil, sino para el movimiento popular en general.

    Para nosotr@s, l@s libertari@s, el proceso comenzado el año pasado, no se ha cerrado. En la medida en que nunca firmamos nuestra propia capitulación -como se había hecho años anteriores- aceptando las propuestas del Gobierno tendientes a acentuar su agenda educativa, nuestra propia agenda se mantuvo incólume y esto afirmó la pertinencia de seguir volcándonos a la calle. En definitiva, el piso sobre el que comenzamos este 2012 era cualitativa y cuantitativamente mayor que el de cualquier año anterior.

II.    Qué ha pasado

   La FECH tiende a acoger a grupos políticos que no practican una vinculación efectiva con los actores del movimiento social, hecho que refleja una perpetuación de burocracias en búsqueda de tener control del poder. Así lo evidencia la escasa vinculación existente entre las discusiones estudiantiles y las reflexiones que se generan al interior de la sociedad en torno a las demandas vigentes por la reconstrucción de la Educación Pública. En este sentido, al momento de definir las posibles soluciones del conflicto actual, priman los intereses particulares de los sectores a los cuales responden las dirigencias estudiantiles, por sobre las necesidades de cambio que emanan de los actores sociales involucrados.
        
    Esto ha significado que un espectro importante del activo político estudiantil -la llamada izquierda institucional- se concentre en la contención de la fuerza acumulada el año pasado, persistiendo en mantener un conflicto de baja intensidad para posicionarse de cara a las municipales y dirigir así la fuerza social acumulada a espacios que no son los propios del movimiento que la generó. Esta izquierda, por último, no ha aportado a superar la fase de recomposición que naturalmente hay que dar luego de una movilización prolongada como la del 2011, lejos de ello, ha aportado al estancamiento y dispersión política de las fuerzas estudiantiles.

     Por otra parte, la izquierda de intención revolucionaria por su dispersión crónica y su incapacidad de consensuar apuestas de largo alcance, no logra aportar claridades que permitan orientar la conducción colectiva del proceso de lucha.

     Hay sectores -asociados al reformismo o izquierda tradicional- que entienden el conflicto sólo desde su superficialidad caracterizando la misma como una disputa del carácter del Estado subsidiario para convertirlo en otro garante y desarrollista. Este sector que actualmente tiene la dirigencia del Confech, nos retrotraen a un movimiento estudiantil reactivo, mera base para las disputas dadas en las cúpulas de la institucionalidad burguesa. Por otra parte, hay quienes -asociados a un leninismo ortoxo- caracterizan la movilización solo desde la propiedad estatal o privada de la Educación, su discurso estatista, acusa que el problema es el involucramiento del capital privado en Educación y afirma la educación como instrumento reproductor. En contraposición a ambas posturas, habemos quienes comprendemos la disputa por la Educación como un conflicto de proyectos educativos, uno público y popular, enfrentado a otro dominante de propiedad privada o estatal.

III. Qué hacemos?
    La recesión económica mundial desencadenada por la crisis en la zona del euro, no es tan sólo frase escrita, es el empresariado y sus expresiones políticas traspasando los costos de la crisis a la clase trabajadora. Ante esto es interesante el actual surgir de huelgas y expresiones de actividad sindical aún fragmentadas y localizadas, pero radicalizadas discursiva y metódicamente. Lejos del argumento vanguardista de que 'no existe sujeto constituido', es constatable el rearme paulatino, inorgánico del pueblo trabajador, que a través de la acción directa de masas podemos dinamizar en función de fortalecer y así preparar la coyuntura de crisis para que 'no la paguen los trabajadores'.      
   En este escenario, creo que es urgente responsabilizarnos todos de la movilización nacional, instalando reivindicaciones transversales que nos permitan avanzar concretamente en la unidad del campo popular. Y mediante el desate de la fuerza social acumulada, frenar la agenda educativa del gobierno.
   En definitiva, bajo el entendido que la disputa es de proyecto y no tan sólo de medidas  paliativas, la victoria esta al alcance de la lucha y se disputa en la calle. Tenemos la fuerza para ganar, solo hay que desatarla.



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lunes, 27 de febrero de 2012

De la Revolución Social

Por Miguel Álvares Lisboa.
Pregrado Filosofía de la
Universidad de Chile.
 


No muchos deben saber quién soy. El año pasado apenas me di unas vueltas por la facultad, no fui a ninguna marcha, no participé de las tomas y de las asambleas en las que estaba presente solía quedarme atrás, y votar en contra de los paros (después de escuchar con atención lo que todos tenían que decir). Me quedo poco a carretear en los pastos, las más de las veces con amigos de otras facultades que me “van a ver”. Los que sí me ubiquen, de vista o personalmente, deben pensar muchas cosas de mí, o tal vez ninguna (no tengo por qué ser importante para nadie más que mi mamá y mi polola, después de todo). No puedo culparlos por ninguno de sus juicios; caras vemos, corazones no sabemos.
Es justamente por mi falta de participación -que es voluntaria- que no me siento en el derecho ni en la posición de reclamar ni de juzgar sobre los movimientos y las decisiones que se toman entre las organizaciones -estudiantiles y sindicales- de nuestra facultad, para que no vayan a pensar que quiero que lean una clásica exposición de “motivos” reaccionarios para empañar esfuerzos y movimientos del colectivo. No, nada de eso; quiero compartir con ustedes una apreciación valorativa sobre el gran movimiento social-estudiantil que vivimos como País, como Universidad y como Sociedad el año pasado.

Si el año pasado no participé de la movilización -y en algunos momentos incluso me manifesté en contra- es por motivos personales y los considero irrelevantes en este contexto. Pero tampoco me quedé en mi casa jugando Nintendo (me conseguí a buen precio una 64, con el Mario 64, así que era una posibilidad tentadora) y desde la cómoda posición del cobarde seguí de cerca el progreso de toda la contingencia. Para que no vayan a pensar que quien les habla lo hace desde la desinformación y la visión sesgada.
No soy un abanderado político, no me caso con la derecha, pero tampoco con la izquierda, no apoyo -totalmente- al anarquismo, pero tampoco soy el clásico ciudadano posmoderno que pregona un noestoyniaísmo conformista basado en su relativa capacidad para conseguir el pan de cada día. Me gusta decir -como muchos otros- que tengo mi visión propia de las cosas, en función de mi experiencia y basado en el soporte teórico que un poco de lectura le deja a cualquiera. Para que no vayan a pensar que quien habla es un discurso comprado, y no un ciudadano consciente.

Los procesos sociales no son subjetivos, son objetivos. Yo creo en la revolución social, porque las revoluciones sociales ocurren, quiéralo yo o no. No hay manera de detener un proceso cuando se pone en marcha, no es como el recuerdo de una pesadilla, donde basta con cerrar los ojos y decirse a uno mismo que no pasó, para hacer que desaparezca. Lo que se empezó a mover el año 2011 es una revolución social, y no se podrán dar pruebas de lo contrario porque los hechos -los hechos históricos, no periodísticos, no mediáticos- lo respaldan y fundamentan. Y no hay razón para creer que Chile no necesita una revolución social. No hablo de una necesidad moral (como si dijera que “sería bueno” que la sociedad se transformara, en vías de cualquier cosa), sino de una necesidad material, de una necesidad de hecho. Las denuncias al respecto abundan, sus señales son tan evidentes que negarlas sería ridículo: la brecha social, el conflicto Mapuche, el abuso de autoridad por parte de los altos mandos de la guardia civil y militar -dentro y fuera de sus respectivas instituciones-, la obsolescencia de los discursos políticos y la falta de representatividad en el aparato legislativo y ejecutivo democráticos, son sólo los síntomas visibles de una gran enfermedad que nos aqueja como sociedad. No me gusta la palabra “Pueblo”, porque suelen emitirse juicios demasiado subjetivos a partir de él, como si fuera un “algo” simple y definido que quiere cosas, que necesita otras, que lucha... No; me quedo con “sociedad” y la entiendo en sentido laxo como el destino común de todas las almas -sean o no humanas, muchos tenemos perros y gatos que comen de nuestros bolsillos- que por suerte de cuna fueron a hacer necesaria su convivencia, al este del
Pacífico y al oeste de la Cordillera de los Andes.

Es ingenuo defender que no existe una esfera elitista que ejerce un alto control sobre las políticas sociales y económicas, pero sería demasiado fantasioso suponer que esta esfera tiene una organización articulada. El abuso de poder, represivo y persecutorio de las fuerzas policiales es una evidencia, pero me inclino a pensar que es más por falta de control en sus operativos y de civilidad en su método formativo, que si fuera una posición ideológica de quienes llevan la batuta en lo alto de su jerarquía. La fuerza judicial hace montajes, la prensa esconde y altera la información, el gobierno encubre crímenes organizados -como las colusiones de las farmacias o de las empresas de transporte interurbano-, pero es más juicioso creer que es sólo la conjunción relativamente casual de métodos afines, que persiguen fines afines pero particulares, y no que hay una sola gran secta fascistoide (porque no existe el fascismo como tal en Chile) detrás de todo, manejando el escándalo público desde una lujosa biblioteca en una casa con dirección de cinco dígitos y pendiente de 70º en el sector oriente de la capital. (aunque podrían ser... varias sectas fascistoides, jeje).

No creo que la marcha estudiantil haya avanzado de forma considerable, a nivel país, hacia el objetivo que su slogan pregonaba -educación pública gratuita y de calidad-. Pero tampoco pienso que haya sido un esfuerzo vano. Como bien me hizo notar un amigo durante el transcurso de la movilización -y que me hizo cambiar un poco mi valoración del conflicto- la verdadera victoria de los estudiantes no fue concreta, sino psicológica. Se puso en boga, con mucha fuerza, el tema de la manipulación de información, y se revalorizó en parte la importancia de la opinión ciudadana. Durante meses de lo único que se conversaba, incluso entre esas personas que hasta entonces sólo conversaban de fútbol de ligas extranjeras -porque las nacionales son “muy rascas”- era del conflicto estudiantil; se abrieron los canales públicos, sea en internet, sea en los medios alternativos o en los oficiales, y la gente empezó a manifestar su opinión. Empezó a pensar. Empezó a criticar.

En un tiempo donde el letargo social nos ha llevado a convertirnos en una sociedad ciega, sorda y, como es peor, muda; donde la sombra y el trauma de la dictadura (que fue dictadura, no “régimen militar”, antes y después del 80) permitió que los supuestos “buenos” de turno -la Concertación- hicieran y deshicieran a su antojo y conveniencia en materia social y económica (buscando a los detenidos desaparecidos para mantener a la plebe contenta, pero firmando tratados de libre comercio y vendiendo nuestra educación aprovechándose de la tranquilidad moral de la sociedad herida), el primer paso de la revolución social no es la salida a las calles; él será, en el mejor de los casos, el último. El primer paso de la revolución social es la toma de conciencia y el abrazo de una postura crítica frente a las decisiones hegemónicas de nuestras esferas de poder (político y económico).

Las Marchas estudiantiles fracasaron. Los argumentos por defender lo contrario serán débiles y en la mayoría de los casos subjetivos y pasionales. Pero fracasaron como marchas, es decir, como salidas espontáneas de la gente a las calles. Hubo cacerolazos, hubo detenidos, hubo quema de buses urbanos y toda la parafernalia de rigor, pero lo que necesitábamos era que las calles se llenaran de incontables multitudes, con asadones y antorchas, y eso no pasó. La victoria real de la movilización estudiantil vino, como comentaba anteriormente, por un frente mucho más necesario y mucho más inesperado; a nivel local detonó -¡por fin!- la necesidad de criticar, y la alerta de que la crisis ha llegado a su apogeo y que el clímax de nuestro drama social está a las puertas.

He conocido casos, muchos casos, y estoy seguro de que a muchos también les debe haber pasado, de pequeñas victorias locales que se perpetraron durante el tiempo de las marchas aunque en estricto rigor no sumen mucho para la “cuenta nacional”; por poner un ejemplo personal, en Osorno fue un hito que por primera vez en muchos, muchos años, y con fuerza inédita en su historia, los Centros de Alumnos de colegios particulares (y Osorno es una sociedad feudal, donde los nobles no se mezclan con los vasallos) se organizaran y formaran un organismo de información y colaboración, no sólo entre ellos, sino también para solidarizar y perseguir metas comunes con los estudiantes de los sistemas subvencionados y públicos. (Supe por mis primos, que viven en Santiago, que en La Florida también tuvieron grandes progresos en materia de organización y coordinación). Estas victorias, aunque pequeñas, son, a mi parecer, las victorias más relevantes y los pasos seguros de la revolución social de la cual el conflicto estudiantil fue sólo un preludio.

Si este fuera el panorama actual de la contingencia; si con el tiempo se hiciera latente y necesario profundizar en estos puntos que hemos destacado -la crítica y la consciencia, y la organización a nivel local- para mover al fin la revolución, se hace también evidente que deberían cambiar los métodos del órgano revolucionario. (Aquí llamo “órgano revolucionario” al total de los participantes activos en la promoción de la revolución, indiferente de sus diferencias ideológicas, por graves que ellas sean). En primer lugar, evitar los sofismas y el idealismo; es cierto que sería ilusorio creer que vamos a lograr que todo el país tome conciencia y todas las personas lleguen a la conclusión -racional- de la necesidad de una sola gran revolución, y es cierto también que se necesitan líderes porque “las masas siguen al más fuerte”, pero debemos evitar que los esfuerzos se desperdicien en defender racionalmente posturas demasiado utópicas (como dice la canción de Sexual Democracia, “para el próximo golpe no habrán ilusos hippies / cambiando el mundo con marihuana”). Nadie se abandera por una causa y sacrifica su modo de vida, para ir en pos de algo que no entiende, o que no cree posible; hay que evitar que aquellos que sí lo harían intenten hacer que otros sientan lo mismo. Y en segundo lugar, -y quiero recordar que estoy manifestando mi opinión, para evitar malos entendidos- habría que conseguir la simpatía y la participación de las fuerzas armadas, militares y civiles.

Las revoluciones siempre son golpes de estado, aunque ellos guíen la transición a gobiernos democráticos. Los cronistas más optimistas y los redactores de textos escolares nos han hecho creer que fue “el Pueblo” (de nuevo, esa palabrilla...) francés el que derrocó a su Rey y se tomó la Bastille en 1789; pero la evidencia histórica avala y respalda que la pretendida revolución popular en Francia no fue, inicialmente, una manifestación espontánea y consciente de los ciudadanos franceses, sino que comenzó como un motín militar motivado por la decisión real de apoyar la revolución de los Estados Unidos. Y los ejemplos para lo mismo no nos van a faltar.

Si asumimos esta evidencia anterior como verdadera, se hará patente que “radicalizar” la lucha no es, en forma alguna, seguir sacando multitudes a las calles para dar carne de cañón al sofisticado (y ni tanto) equipamiento militar de nuestra guardia civil. Por el contrario, radicalizar la lucha cobraría un significado totalmente distinto, basado en la psicología colectiva y en la consecución de espacios de difusión y discusión, y en la búsqueda de la o las personalidades carismáticas y valientes, que sepan sacar a la gente de sus casas y poner de nuestro lado a los uniformados, cosa de llevar en una mano a la razón y en la otra a la fuerza, y que tengamos todas las de ganar.

Así, el punto más importante en esta etapa será el de la consciencia, y el del espíritu crítico, dos elementos que, en una Facultad de Filosofía y Humanidades, no deberían sólo existir, sino aparecer siempre en la primera fila de todas las discusiones y matizar todas las decisiones, colectivas como particulares.

Como no vengo a denunciar, dejo abierta la cuestión, además de invitar a la crítica, y a la autocrítica. ¿Hasta qué punto la defensa de la “libertad de expresión” nos podría estar llevando (como comunidad) a reprimir y a censurar las posturas intolerantes, o las críticas destructivas, sin considerar aquellos puntos sobre los que se basan? ¿Hasta qué punto la ideología tiñe -de matices rojizos- las opciones a la hora de elegir y participar? ¿Cuánto esfuerzo se ha depositado en construir consciencia, en abrir las discusiones -que pueden o no ser bizantinas, ¡para algo somos humanistas y no ingenieros!- y permitir la réplica, versus el que se ha invertido en dar “señales de actividad” y defender una pretendida reputación pública? ¿Cuándo los intereses particulares y el sentir irracional de los pensamientos idealistas empiezan a atropellar el intento de colaboración de la crítica fría y racional? En definitiva, ¿cuándo podemos decir que la fe ciega por el pluralismo puede empezar a convertirnos en dogmáticos de la ideología, o en totalitaristas de la libertad? ¿Cuándo la Revolución se convierte en Terror, en Stalinismo?

Preguntas abiertas que deberían ser puestas sobre la mesa, sobre todo ad portas de un año que quizás no traiga el fin del mundo, pero sí -esperemos- su más fatal crisis, y donde nuestro rol podría ser más importante que nunca, pues toda revolución necesita pensadores que la respalden... y la justifiquen.
Gracias por su atención.
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domingo, 22 de enero de 2012

El conflicto de la derecha frente a una educación democrática y equitativa

Por Isabel Torres Dujisin.
Académica del Departamento de Ciencias
Históricas de la Universidad de Chile.

 Si algo podría caracterizar la cultura política de la derecha es su desafección hacia el Estado y su displicencia por la educación pública. El Estado es visto como la expresión de lo público, y esto asociado a lo mediocre, en contraste con lo privado que para éste sector es donde radica lo substancial e imprescindible. Cuando se ha tratado de la educación como bien público, no ha sido este sector quien ha impulsado las grandes transformaciones de inclusión en el país.

Fueron los gobiernos radicales los que sostenían que “educar es gobernar” cuando se dictó la ley de instrucción primaria obligatoria. Luego, en el gobierno de “los gerentes” como se llamó al de Jorge Alessandri, no se implementó ninguna reforma significativa. Hubo que esperar el gobierno de Frei Montalva para la ampliación de la educación obligatoria a ocho años y durante el año 1967, en el proceso de reforma universitaria, frente a la consigna de “Universidad para todos” impulsada por el movimiento universitario, el gremialismo, representación de la derecha en la Universidad, la contrarrestaba con “Universidad para los mas capaces”.

Durante el gobierno de Allende, la educación representó una preocupación central. La controvertida ENU, tenía como principal objetivo la democratización a través de la ampliación de la cobertura, garantizando el derecho a toda la población de acceder a educación más allá de la educación media junto a la creación de un sistema unificado.

El régimen autoritario introdujo grandes cambios que buscaban cambiar el paradigma del rol de Estado en la educación, limitándolo a ser un ente regulador que delega su responsabilidad en educación a corporaciones privadas las que juega un rol muy importante, como también en los municipios que no siendo privados, reflejan las grandes diferencias socioeconómicas del país.

Durante los gobiernos de la Concertación, se avanzó progresivamente en reformar el sistema educacional con programas de mejoramiento de la calidad y equidad de la educación básica y media, extendiendo la jornada escolar, fortaleciendo la labor docente y en infraestructura, pero no se abordó una reforma estructural.

En la actualidad, y después de casi medio siglo que la derecha vuelve al gobierno vía elecciones democráticas, se enfrenta nuevamente a su atávica concepción del Estado, que es visto como ente ineficiente, privilegiando la iniciativa privada y el papel del mercado como regulador de todos los sectores de la economía. Y como lo declara el presidente, se cree “en la libertad de enseñanza, en la libertad de los padres de elegir la educación para sus hijos”, libertad así entendida, es la causante que la gran segregación actualmente existente.

En esa lógica se pensaba que frente a la educación superior, bastaba con levantar una propuesta que contemplara una flexibilización de la gestión y los sistemas de control, que frente al endeudamiento estudiantil bastaba con ofrecer una reprogramación de los morosos y comprometerse con nuevas becas y créditos sin diferenciar por tipo de institución.

Esa idea originaria no les fue posible de implementar, porque a pesar del debilitamiento y crisis de la oposición, emergió un movimiento social que ha logrado instalar en la sociedad, la convicción de que la educación enfrenta de una crisis profunda y es deber del Estado garantizarla como un derecho de todos los ciudadanos.

La pregunta que salta a la vista es cómo un gobierno que desprecia el Estado, y que la democratización de la educación no está en el centro de sus preocupaciones, pretende enfrentar las demandas que hoy se han instalado como verdaderas catedrales, inamovibles. La resolución de esta situación conlleva costos altos, no solo económicos, sino principalmente culturales.

La solución a la demanda de un sistema de educación público, estatal, gratuito de calidad para todos, representa una reforma estructural y entregar al Estado un rol fundamental.

Su sostenido desprecio por el Estado, hoy les juega una mala pasada, se enfrentan a un conflicto en que su efectiva solución, se basa en que el Estado asuma un rol fundamental.

Para la derecha no le va a ser fácil seguir éste derrotero, porque se va ha enfrentar a una contradicción de fondo que puede llevarla una y otra vez a tener que renegar de lo han defendido históricamente. Hay que ver hasta donde están dispuestos a llegar, si su objetivo es conservar el poder.
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