
Por Nadine Faure. Estudiante pregrado Filosofía de la Universidad de Chile
La democracia directa es el modo en que los sujetos de nuestra facultad hemos decidido ejercer soberanía. Nunca participé en una discusión fundante al respecto pues, como dicen, las personas pasan y las instituciones quedan. Yo llegué y ya estaba, me iré y seguirá. Por lo mismo, pienso que a veces ha hecho falta caer en cuenta y, sobre todo, dar cuenta de lo que dicha institución nos impone de suyo. Sería una ingenuidad no reconocer que, como en todo, al asentir aceptamos vicios y virtudes.
La asamblea, base de la organización política de nuestra facultad, es la forma en que escogemos validarnos los unos a los otros. Sin embargo, al hablar de esto, se nos olvida que cuando se escoge una opción que prioriza la participación individual de los estudiantes, de los ciudadanos o quienes sean los aludidos, no podemos actuar como si hubiese o debiese haber una voluntad común que agrupa lo que somos o queremos. No debemos actuar como si así fuese, porque no tiene porqué serlo. No es exigible a la democracia directa que así sea, no está en ella atender dicha dimensión. Por esto es que la democracia representativa se opone aquélla. Los partidarios de la representación abogan por una cierta unidad política cuya expresión debe estar encarnada en la figura del representante. Los que juzgan más democrática la participación directa están priorizando la expresión individual de cada uno de los participantes. Con esto, aun cuando (en forma) parezca favorecer el diálogo, realmente sólo permite que personas que no conforman entre sí ninguna unidad identitaria expongan y voten considerando los criterios que más les plazcan.
Cuando se trata de grupos minoritarios ya agrupados bajo una cierta noción de comunidad (como puede ser el caso de las juntas de vecinos, entre otros), la democracia directa puede ser funcional ya que quienes se levantan y deliberan ahí lo hacen en pos de la unidad a la que representan;...