
Por Miguel Álvares Lisboa.
Pregrado Filosofía de la
Universidad de Chile.
No muchos deben saber quién soy. El año pasado apenas me di unas vueltas por la facultad, no fui a ninguna marcha, no participé de las tomas y de las asambleas en las que estaba presente solía quedarme atrás, y votar en contra de los paros (después de escuchar con atención lo que todos tenían que decir). Me quedo poco a carretear en los pastos, las más de las veces con amigos de otras facultades que me “van a ver”. Los que sí me ubiquen, de vista o personalmente, deben pensar muchas cosas de mí, o tal vez ninguna (no tengo por qué ser importante para nadie más que mi mamá y mi polola, después de todo). No puedo culparlos por ninguno de sus juicios; caras vemos, corazones no sabemos.
Es justamente por mi falta de participación -que es voluntaria- que no me siento en el derecho ni en la posición de reclamar ni de juzgar sobre los movimientos y las decisiones que se toman entre las organizaciones -estudiantiles y sindicales- de nuestra facultad, para que no vayan a pensar que quiero que lean una clásica exposición de “motivos” reaccionarios para empañar esfuerzos y movimientos del colectivo. No, nada de eso; quiero compartir con ustedes una apreciación valorativa sobre el gran movimiento social-estudiantil que vivimos como País, como Universidad y como Sociedad el año pasado.
Si el año pasado no participé de la movilización -y en algunos momentos incluso me manifesté en contra- es por motivos personales y los considero irrelevantes en este contexto. Pero tampoco me quedé en mi casa jugando Nintendo (me conseguí a buen precio una 64, con el Mario 64, así que era una posibilidad tentadora) y desde la cómoda posición del cobarde seguí de cerca el progreso de toda la contingencia. Para que no vayan a pensar que quien les habla lo hace desde la desinformación y la visión sesgada.
No soy un abanderado político, no me caso con la derecha, pero tampoco con la izquierda, no apoyo -totalmente-...