Enviado por Cristobal Holzapfel. Académico del departamento de Filosofía de la Universidad de Chile.
El clamor en la historia siempre viene de abajo, de los postergados. Se presentan ellos bajo distintas rostros: obreros, empleados, estudiantes. Es cierto que por lo general esos movimientos están conducidos por algún líder que viene de arriba, de alguno que se desmarca de los privilegios de que goza por tradición familiar y del círculo social a que pertenece. Es ingenuo pensar que esto pudiera suceder al revés: que quienes detentan el poder decidan por sí mismos un cambio, al menos un cambio radical al modo de una revolución. Podríamos decir que, así como en la naturaleza se requiere de la desestabilización, el desequilibrio que altera la homeostasis, así también en la historia tiene que suceder lo mismo, y más encima, si esto no ocurre, se cae en el marasmo, en el anquilosamiento. En este sentido, el motor del cambio histórico viene, como decíamos, de “abajo”, de quienes están disconformes, descontentos. Y esta disconformidad, por lo general, no constituye en absoluto acaso un engaño, una falsedad; al contrario, ella tiene un fundamento, lo que le otorga una justificación a la lucha por el cambio, a veces incluso radical, de la situación. Mas, ocurre a la vez que el poder dominante no se acalla, y se presenta y reafirma una y otra vez bajo nuevas facetas. Y cuando llega a ocurrir que se produce una distancia demasiado grande entre quienes sobre todo gozan de privilegios y quienes están desprovistos por completo de ellos y únicamente conocen el esfuerzo, a fin de cuentas, una lucha solamente por sobrevivir, entonces es cuando nuevamente en la historia están dadas las condiciones para un cambio radical de estructuras, para una revolución.
Hemos conocido en los últimos años intentos de revolución, entre otros, en Tailandia, y en el último tiempo con relativo éxito en Túnez y Egipto, y con un éxito más dudoso en Siria, Líbano, Libia, y otros. Finalmente se han manifestado ingentes movimientos de reivindicación social y estudiantil en España y en Chile.
En el caso nuestro, el gran tema una vez más ha sido la educación. En muchos sentidos lo ocurrido nos recuerda al movimiento de los “pingüinos”, pero a diferencia de este último, el actual movimiento está consiguiendo cambios en la educación que ya a estas alturas son estructurales.
Al comienzo del actual movimiento, yo diría que primaba cierto pesimismo. No parecía que no se obtendría nada significativo. Sin embargo, desde cierto momento en adelante, y vinculado ello con el rotundo éxito de las marchas estudiantiles, con el apoyo de profesores y autoridades universitarias, las demandas iniciales, que parecían ilusorias, comenzaron a hacerse plausibles hasta cierto punto. Tozudamente el gobierno de derecha insistía en la propuesta de un sistema de universidades estatales, otras sin fines de lucro y otras abiertamente con fines de lucro. De algún modo, esto pasó a verse como un descaro, en el sentido de que si hasta ahora muchas universidades privadas no cumplían con la ley que prohíbe el lucro, ahora simplemente se transparentaba esta situación y podían ostensiblemente lucrar. Esto terminó siendo visto, y con razón, como absolutamente inaceptable. Ahora bien, que se acuerde la creación de una Superintendencia, que vigile el cumplimiento irrestricto de la ley, eso está por verse. Tal vez, como tantas cosas, a fin de cuentas acabe siendo esto algo que se presenta muy bonito en el papel y nada más.
En el caso de la Enseñanza Primaria y Secundaria, probablemente la desmunicipalización de la educación, aunque sea en forma parcial, y en los casos en que se justifica, sea una medida necesaria y efectiva. De todos modos, cómo no, es en este nivel en que se juega lo decisivo, y lo cierto es que desde los pingüinos en adelante es aquí donde los distintos conflictos respecto de la educación han tenido que estallar. La situación de postergación y desolación es en este contexto algo que duele constatar. ¿Cómo se puede haber ido tan lejos en ello? Cuando tenemos a la vista sobre todo el estado deplorable de tantos liceos y colegios caemos una vez más en cuenta que en los últimos decenios no se ha hecho sino reproducir el modelo de una sociedad que no sólo es de libre mercado, sino que es a la vez eminentemente clasista. El contraste entre colegios acomodados con impecable infraestructura y el estado lamentable de otros, y que constituyen mayoría, es aquí oprobioso y vergonzoso. Solamente ciudadanos y políticos desalmados podrían justificar una tal situación. La constatación y reconocimiento de este estado de cosas, de cuán bajo hemos llegado como país, de cómo de cara a este espectro, nuestro país es francamente impresentable en el ámbito internacional, es a la vez algo que le da no sólo fuerza al movimiento estudiantil, sino además un tremendo espaldarazo.
Ésta es la dialéctica (en el sentido de Heráclito) que impera en la historia. A veces es necesario llegar a la flagrante injusticia, a lo vergonzoso, a lo impresentable, al escándalo, para que se produzcan los cambios. Los que están arriba detentando el poder de las investiduras, los coturnos, con todo tipo de atuendos y ornamento, en general son como momias inmóviles e inamovibles (tal vez por ello también nuestra divertida expresión nacional: los momios). Ellos no procurarán sino seguir mirándose las caras entre ellos. Pero esa actitud no es anodina, afecta a los están abajo. Y por este desequilibrio se inicia entonces el movimiento que en algunos casos puede llevar a la revolución. Precisamente esta dialéctica es lo más fascinante de la historia. Sin duda, si no hubiera sido porque Luis XVI y María Antonieta vivían como aislados del mundo, en medio de pompa y boato, no habría habido el estallido de la Revolución Francesa. Si los judíos no hubieran tenido que partir al exilio en Babilonia, lo más probable es que no se hubiera escrito el Antiguo Testamento, y más concretamente el Pentateuco, al menos como lo conocemos, ya que los judíos en el exilio justamente en su intento de recuperar en la memoria su tierra abandonada, comenzaron a escribir diversos relatos que constituirían justo los primeros 5 libros de la Biblia.
Así también con el Emperador Napoleón III sucedió que por no admitir en la Academia de Bellas Artes la exposición de diversos cuadros de los primeros impresionistas en 1863, se constituyó para ellos el “Salon de Refusés”, el “Salón de los Rechazados”, donde, entre otros, se exhibieron obras de Eduard Manet. Y justo a partir de este rechazo oficial el Impresionismo levantó vuelo hasta convertirse en lo que llegó a ser.
Es lo mismo que sucede bajo cualquier régimen totalitario cuando se prohíbe una obra artística, literaria, una obra de teatro o un texto filosófico político. Justo por ello mismo se le suele hacer el más grande favor imaginable a esas obras y sus autores, ya que entonces se genera un público ávido tras ello. En otras palabras, las obras clandestinas suelen ser de mayor relevancia histórica que las “oficiales”. En ello se revela también la debilidad de todo régimen totalitario, a saber en el hecho de que con cada prohibición más seduce a los ciudadanos justamente lo prohibido.